es uno de esos lugares que te sorprenden desde que entras. Está en una antigua iglesia, y desde que cruzas la puerta sientes que retrocediste en el tiempo. Las paredes están completamente cubiertas de pinturas y decoraciones doradas, como si cada rincón tuviera algo que contar.
Lo que más me impresionó fue cómo todo el espacio está lleno de detalles. Los frescos en el techo, los retablos, las esculturas…todo está tan bien cuidado que es imposible no quedarte mirándolo por un buen rato. Además, no solo se trata de cosas antiguas, también tienen exposiciones modernas que te hacen pensar y que contrastan de una forma interesante con lo colonial del lugar.