No es la primera vez que siento mis posaderas en las cómodas sillas del San Juan. Esa primera impresión de no tener que esforzarse para acceder al plato, altura correcta, espaldar recto, hacen que lo demás venga rodado. El servicio está siempre presente, pero sin agobios. La comida, en general, es de una calidad mas que aceptable. El tamal en cazuela, es un placer para los sentidos. La ropa vieja es inmejorable y si hubiera que ponerle alguna pega, en plan tiquismiquis, le faltarían dos o tres cuadraditos de papa frita, aunque fueran testimoniales.
Dicen que los cócteles son excelentes, aunque no los probe, pero su aspecto es delicioso.
La relación calidad precio, a la vista de la carta, es bastante buena.
En definitiva, un buen sitio para perderse en la Habana Vieja