Hace algunos ayeres tuve, con mi familia, una feliz estancia en el Hotel Ritz, pues a pesar de lo viejo de las instalaciones, disfrutamos del servicio de su gente, cuya mayoría tiene muchos años trabajando y, por tanto, conocen muy bien su negocio.
Esta vez fue diferente. El hotel se ha hecho muy viejo y no le han invertido nada. La amabilidad del personal, si bien no ha desaparecido del todo, cada vez es más una excepción que la regla.
La comida del restaurante no es mala, pero tampoco nada del otro mundo. En julio está muy lleno y la única alberca parece sardinero.
Hubo un día que la fila para entrar al restaurante fue de más de una hora. Sin embargo, no ampliaron el horario de servicio.
Las habitaciones están limpias, pero aún así a mi suegra la salió una cucaracha gigante. Son viejas, muy viejas. Son muy sobrias, en extremo para mi gusto. Todavía tienen televisiones viejas... ¿Pantallas? ¡Ni hablar! El aire acondicionado es muy malo porque no le han dado mantenimiento en años.
Al estar en el último piso, nos tocó mucho ruido de los motores de algo, no supimos si de bombas de agua o de qué...
La cereza en el pastel fue que un niño se ahogó en la alberca... ¿Los papás? ¡En el bar! No sabemos en qué acabó el episodio, pero llegó ambulancia y demás. Nadie en el hotel estaba capacitado para dar primeros auxilios.
En suma, hay que rescatar este hotel, tanto por tradición como porque está en una zona privilegiada de Acapulco. Desde los pisos altos la vista de la bahía es espectacular.