¡Santo guamazo!
Andrés Meza
Azoté bien gacho en una escalera. No rodé como Coyolxauhqui pero poco faltó; me sentí desmembrado, con una pierna arriba y otra abajo, un brazo en el barandal, el otro no sé dónde y la cabeza hirviendo.
Al bajar de un restaurante ubicado en un segundo piso, había agua tirada al borde de la escalera ¡y sopas!, caí con toda mi humanidad. Los meseros se me quedaron viendo, pero nadie me ayudó a levantarme.
Estando aún sin poder moverme, advertí agua en el piso y le dije al mesero "por este charco me resbalé". Raudo e indifetente el pendenciero me echó la culpa a mí. ¡Lo que me faltaba! Fue entonces cuando mi enojo subió de tono, me pude reconstruir y bajé despacio, gallo gallina, mentando madres.
Con los gritos bajó uno de los dueños, un chavo buena onda, empático y educado a tratar de calmar mi enfado y explicarme que, por negligencia, había agua tirada, que más gente ya se había caído ahí mismo, que el mesero desconsiderado era su hermano y que lo disculpara porque no sabe tratar a los clientes. En ese momento no tenía oídos para excusas pues no aguantaba el dolor. Me fui al hospital.
Resulta que todo mi peso cayó sobre mi pierna y dedos del pie izquierdo y derramaron un líquido interno que me obligará a mantener reposo por algunos días. Hazme el favor.
Fue un accidente que podría haberse evitado si el restaurante Tuna Azul, ubicado en Francisca Rodríguez 155 Altos, esquina con Olas Altas, en Puerto Vallarta, tuviera una recepción antiderrapante.
Ayer resbalé en un charco de agua y casi me mato en las escaleras. Nadie me ayudó a levantarme. No vayan porque las escaleras y el piso son traicioneros. De ahí, al hospital. Ahí no se responsabilizan de nada.
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