He de reconocer que este tipo de hotel no suele ser mi favorito. No me va mucho la moqueta y prefiero que sean un pelín más modernos y puede que de primeras hubiera elegido el Kempinski si no fuera porque estaba imposible... Pero al final me decidí por este hotel y no me arrepiento.
Nuestra habitación era una junior suite muy chula, que tenía vistas al paseo y a la piscina a la vez (ya que estaba esquinada), con un saloncito en la entrada aparte. Pero esta no es la razón para mi buena crítica ya que como he dicho, no es el tipo de hotel que suele gustarme su decoración.
La ubicación no puede ser mejor y la playa del hotel (el concepto playa es curioso porque está en cemento) está muy bien, porque la playa pública es mala y tienes que pagar por las hamacas. La piscina no llegamos a usarla, ya que siempre solemos preferir la playa.
Lo mejor fue el trato. Sobre todo en la recepción. Todo sonrisas. Le doy mil gracias a Ana que hizo de nuestra estancia un sueño.
Dignas de probar son las tartas de la pastelería del hotel. Deliciosas
El desayuno, yo no fui my fan, pero bueno, también es cierto que suelo ser muy crítica con los buffets. La fruta podría ser mejor. Al menos estos no nos cobraron los expresos aparte.