El lugar es pequeño, pero acogedor, agradable y cálido (y no sólo porque la cocina está al centro de la barra). Rosa Pu y Jorge Murga son excelentes anfitriones. Ella es maya, socióloga y él chapín, antropólogo. Ambos cocinan, conversan con los comensales y comparten su amor por la cultura y tradiciones mayas; hablan español, francés, japonés e inglés. El alcalde de Nueva York y su esposa almorzaron allí, por recomendación de su colega guatemalteco. En la carta destacan el asado y ceviche maya; el pescado adobado, cocido en hoja de bijao; mención especial para el pollo al cacao. Hay también cerdo, pato, gallo, conejo y hasta paloma, guisados con salsas de ajíes levemente picantes. Se toman su tiempo, porque los platos los preparan al momento y a la vista. Pero vale la pena esperar, pues el resultado es extraordinario; los sabores explotan en el paladar. Y como buen digestivo, es recomendable un aguardiente maya de maíz.
Volveré todos los días que pueda, pues quiero probar todo el menú. Y cuando retorne a Guatemala, los buscaré para repetir esta maravillosa y pantagruélica experiencia.