Cuando amaneció el domingo pensé que sería un excelente día, la habitación era perfecta, el desayuno riquísimo, pero luego el tropiezo.
Cuando se acercaba la hora del check out, fuimos a retirar nuestro carro al parqueo, el cual es contratado por el hotel para los huéspedes que lo requieran. Una de las chicas que trabaja en el hotel nos abrió la puerta de acceso peatonal sin ningún problema. Sin embargo, cuando pretendíamos salir en nuestro carro, por alguna razón que todavía no me explico, la cerradura del portón vehicular no abría.
Después de 20 minutos de espera y varios intentos de abrir el portón nosotros mismos, notificamos al hotel vía telefónica.
Para no hacer más largo el cuento, esperamos poco más de una hora hasta que finalmente lograron abrir el portón, del hotel no sabíamos nada mas que cuando llamábamos para indicarles que seguíamos atrapados adentro, a nosotros nos tocó llamar al dueño para informarle de la situación y solicitar su ayuda.
Una hora después, ya en el hotel, nos apuramos en salir para tratar de aprovechar la tarde. En el mostrador la recepcionista nos indicó que teníamos un cargo a la habitación por US$ 11.
Sintiéndome algo molesta por la hora que acabamos de perder atrapados en el parqueo, me atreví a decirle a la señorita que en compensación deberían darnos de cortesía esos once dólares. No sólo nos tuvo como 10 minutos esperando mientras hacía la consulta, sino que mientras cancelábamos los US$ 11 porque no estábamos dispuestos a seguir perdiendo nuestro tiempo, recibió una llamada indicándole que no podía dar de cortesía dicho cargo pendiente.
Considero que nuestro tiempo perdido vale más que once tristes dólares. Y definitivamente esperábamos más de la atención al cliente en un hotel boutique.