Estuve en este hotel en el pasado invierno, y quedé realmente asombrado, una de las mejores experiencias viajeras que he tenido.
Empezar diciendo que es un hotel absolutamente sobrio, pero de un buen gusto en su decoración y en su ambientación, que al entrar en él se recrea de inmediato la atmósfera del lujo neoyorquino en todo su esplendor. La fachada exterior es apenas normal, y pareciera ser un edificio más en una calle cualquiera (no muy concurrida) del bajo Manhattan, pero al ingresar al hotel, su exquisita atmósfera y la impecable atención de sus hermosas y jóvenes recepcionistas, dan la bienvenida a una experiencia sin igual.
Un capítulo aparte merecen sus espectaculares habitaciones. De una amplitud increíble, con techos bastante altos, resaltan la sensación de glamour que produce estar en Manhattan. La decoración de las habitaciones es también cuidadosa en cada detalle, cuenta con una pequeña cocina con horno calentador y con todo el menaje necesario como el que uno tendría en su propio hogar; cuenta con un living (sala) enorme, con cómodos sofás y un televisor de casi 50 pulgadas; el baño es precioso, de estilo retro, con dos lavamanos y toallas en cantidad para cada uno de los usos posibles. Y finalmente, la habitación, con una muy confortable cama muy bien abrigada para la época de invierno, otro televisor de más de 50 pulgadas, calefacción y, en fin, todas las comodidades necesarias sin perder el menor detalle.
El personal, repito, muy atento y dispuesto a suministrar cualquier información y a satisfacer los requerimientos de sus huéspedes con enorme flexibilidad y sin apego a políticas o procedimientos inocuos. Cuenta además con un bar de ambiente citadino, y sus menús son de exquisito paladar.
Absolutamente recomendado.